El Becario por poco se queda en el viaje
La vida de un becario es sencilla en muchos aspectos. Ganamos poco pero tenemos el poder de ir a conciertos siempre y cuando entreguemos un contenido al otro día. Pero la verdad es que cualquier TikTok tiene más alcance que nuestra mejor nota.
Pero hay ocasiones en que necesitamos escribir cuando vivimos algo nuevo. La noche del sábado 3 de septiembre experimenté un extraordinario concierto a cargo de La Barranca en el Teatro Metropólitan. Decir que la música y su creador me devolvieron la esperanza, ya no en el rock, sino en la música, subestimaría la realidad. Sacudieron los cimientos de mi mundo.
La velada arrancó a las 8:30 con Mina & El Tigre. Al proyecto de Inés del Palacio le bastaron guitarra y compu para entregar cuatro rolitas que adentraron a este antiguo cine (en donde Fermín botó a Yalitza) en una atmósfera íntima y melancólica.
A eso de las 9, la banda arribó con su alineación actual: al centro, José Manuel Aguilera, vocalista, compositor, ex Jaguar, ex Sangre Azteka, ex Odio Fonqui, papucho y comandante del barco. En una esquina, el subcomandante franchute Yann Zaragoza en los teclados; en la otra, Abraham Méndez, más greña que persona, en batería y percusiones. Como contención entre estas tres fuerzas, los hermanos Romero: Ernick y Adolfo, en bajo y guitarra.
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La ingesta obligatoria de chela y una moderada dosis de LSD nos pusieron a la altura para disfrutar “Al final de la playa”, icónica rola de su segundo disco (Tempestad), seguida de varias canciones de sus dos más recientes producciones (Lo Eterno y Entre la Niebla), alternadas con uno que otro clásico (“Hasta el fin del mundo”, “Zafiro”), pasando por un rolón inédito (“Intacta”) para rematar este primer set con “Quémate lento”, cuyos versos iniciales describen a la perfección el viaje en cual nos adentramos:
“Vuelves de un mundo lejano
De luz, de éxtasis, de visiones,
Sientes un gozo profundo corriendo por tus venas
Pero no puedes explicarlo… ni repetirlo”
Requintos y riffs que saben a Jimmy Hendrix y Agustín Lara. Jimmy Page comiendo hongos con Jorge Luis Borges y María Sabina en la Sierra Huasteca. Juan Rulfo le cae y recita versos que trastocan y remueven la conciencia de la identidad mexa (“Bajo el ojo impasible del sur, el tiempo es olvido”). Rufino Tamayo se chinga un Tobalá. Un escape de la peste cotidiana y un fuego para incendiar el alma. A eso suena La Barranca.
Para la segunda parte del set, la celebración se descontroló. Tras una ligera pausa, Cecilia Toussaint, legendaria rockera que nos regaló en los ochenta himnos como “Carretera” o “Sácalo”, subió al escenario para cantar, ella solita, “Centella”, para luego acompañar a José Manuel con “Sueño de Orquídea” y “El Alacrán”. La voz de Cecilia, tan disciplinada como cautivadora, confirmó que las composiciones de Aguilera tienen vida más allá de la banda.
Posteriormente, arribó el ex baterista de la agrupación, Chema Arreola, para repartir batacazos durante tres canciones de su época, que comprende los álbumes El Fluir y Denzura. “Animal en extinción”, la homónima “El Fluir” y ese bolero ranchero que es “La Rosa” que nos puso a llorar a moco tendido mientras gritamos:
“No hay placer sin dolor…
no es amor si no lastima
No hay dolor que no sea riesgo
No hay rosa sin espina”.
Y ya como diciendo “A la chingada, todo a 10 varos”, José Manuel presentó a su compadre y primer subcomandante a cargo de La Barranca hace ya 27 años: el bajista Federico Fong. Los gritos de “Te amo” no se hicieron esperar. Despacharon “El Síndrome” y “Akumal”, recordándonos que “la soledad es azul y las almas morenas” (tal vez por ello la mayoría de sus fans somos color cartón, como diría el Iztaparrasta). Finalmente, uno de los públicos más entregados que hemos podido ver estalló en un gozo endemoniado al ritmo de “Día negro”.
Y claro, hubo Encore, que más bien fue anagnórisis, pues todos los músicos ya mencionados salieron al escenario para rematar con “Cuervos”, “Esa Madrugada” (…nunca se me olvida) y la mismísima “La Barranca”, manifiesto primero y último de una banda que sostiene que, para sobrevivir en este precipicio llamado México, es necesario saber soñar, hablar y entregarse a la música. (Cabe aclarar que ya llevábamos seis chelas encima).
¿Y el Dr. Simi, apá?
Por supuesto, hubo Dr. Simi. Al menos un peluche recorrió varias veces las butacas y el escenario hasta llegar a manos de José Manuel Aguilera, quien procedió a patear al empeluchado médico cual vil Pepe Madero. Se consideraría una traición a la Patria, de no ser porque aclaró momentos antes que no le sabía a eso de las redes sociales. Afortunadamente, el Dr. Simi regresó al escenario, en donde fue resguardado por Ernick Romero, quien aclaró la situación en un grupo de Facebook.
Podemos dormir en paz.