Y los armarios ya no tienen armas
Cualquier estado de México.- Una nueva crisis azota al interior de la República (cuál “interior”, el interior es la CDMX), luego de que a un amado provinciano se le ocurriera pensar en la palabra “caballero”. Este buen hombre, de algún estado de lo que unos quieren que sea la República Mexicana del Norte, fue increpado por un vendedor de trajes que le dijo: “buenas tardes, caballero”.
En ese momento, el norteño sintió que se hacía un hoyo en el universo, los celulares perdían la señal y el espacio-tiempo colapsaba… “¿Caballero?, ¿por qué me dice “caballero” si no tengo caballo?” se dijo mientras la duda existencial no lo dejaba dormir.
Después concluyó que el vendedor era chilango o algo así, y quiso reprenderlo: “los caballeros deben llevar caballo, amigo, así como las quesadillas deben llevar queso, porque su nombre lo dice”.
Al respecto, un chilango malinformado dijo que eso era falso, pues “caballero” viene del náhuatl “caballerotzin” que significa “persona, o ser humano, u hombre, o individuo de sexo masculino”. De pronto comenzó una terrible e inútil lucha sobre si los caballeros deberían necesariamente llevar caballo.
A raíz de este embrollo, los de provincia dijeron que un caballero sin caballo es tan imposible como una quesadilla sin queso, y, por lo tanto, un armario debe a fuerzas tener armas, y la guantera de los autos a fuerzas debe tener guantes, y todo por una razón suprema e irrefutable: “porque su nombre lo dice”.
Mientras tanto, los chilangos dijeron que “nel pastel, valedores, un caballero puede no tener caballo, y las quecas más chidas son las de huitlacoche, y, al chile, las tortas de tamal están bien chingonas… cámara, vamos por unas guajolotas, a güevooo”.
Se pronostica que esta nueva polémica no termine nunca, hasta que el español mexicano haya evolucionado tanto que pueda considerarse un idioma nuevo.
