Aposentos Vaticanos.- La biografía del pugilista mexicano Julio César Chávez ya está aquí, y con ella, confesiones del boxeador que sólo a un sinaloense se le podrían ocurrir.
Narra el mexicano, a través de su escritor fantasma, que en 1995 se tomó unas vacaciones por Europa, concertó una audiencia con el Papa Juan Pablo II, el cabecita blanca más querido del mundo y más adorado tontamente después de Andrés Manuel López Obrador.
“No, ¡No quiero ir nomas a misa! Quiero ver al Papa de frente, quiero que me reciba en el Vaticano, en privado. Hablen con quien tengan que hablar, quiero ver al Papa”, habría exigido Julio César a sus lacayos quienes consiguieron la cita.
Una vez concertada la reunión, Su santidad recibió a Julio con un: “Bienvenido Julio César, es un honor para mi que me honres con tu visita, hijo”.
Luego de que el boxeador apreciara las pinturas de la Capilla Sixtina, le llegó a este la ansiedad mochiteca y pidió permiso para ir al baño
acompañado de su hermano, quien a la Alan Harper, se le pegó a su carnal en las Europas.“Mi hermano sacó de su pantalón un papel que envolvía cocaína, la distribuyó sobre el mármol para después inhalarla, dejando completamente limpia el área del lavamanos. Julio jaló la palanca del excusado para que pensarán que entró al baño por otra cosa”, relata Rodolfo, hermano del boxeador, pasaje que está incluida en su biografía.
Una vez que Chávez volvió más relajado con Juan Pablo II, y éste le dijo que estaba orgulloso de la carrera que había hecho como boxeador y le dio su bendición, toda vez que el sinaloense ya se había dado la suya propia.
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