Ni Stephen King – Años más tarde, frente al pelotón de embargadores del SAT, el joven millennial recordaría la tarde en que su padre lo llevó a sacar su primera tarjeta de crédito. Por aquel entonces era apenas un joven egresado de una carrera de humanidades de cuyo nombre no quiero acordarme.
Tenía el mejor de los trabajos, tenía el peor de los trabajos. Disfrutaba la vida y odiaba la vida. Era la época de la desesperanza y de la desesperanza, la era de la frités y la responsabilidad. Tenía un trabajo, pero no poseía nada.
Todos los egresados con buenos trabajos se parecen, pero los subempleados son explotados cada uno a su manera. Aún así, se las arreglaba para salir adelante y en su afán por vivir en un festín donde se abrían todos los corazones y corrían todos los vinos, se endeudó.
“He sido cordialmente invitado a pagar mis obligaciones fiscales. Por supuesto, he declinado”, le contó a sus roomies algunos meses más tarde, ya endeudadísimo hasta el cuello.
En ese estado de crisis económica y desesperación, envió por accidente su estado de cuenta del banco (en números negativos) al concurso de cuentos de terror. A la inversa, también mandó su cuento de terror al SAT.
De los organizadores del cuento de terror recibió una carta de felicitaciones por haber ganado con su cuento experimental. Su estado de cuenta en números negativos fue interpretado por una pieza literaria avant-garde, una muestra de horror psicológico y existencial tan latente en el mundo capitalista.
Del SAT no obtuvo respuesta… Hasta una semana más tarde cuando, mientras regresaba de cobrar el cheque de su premio, encontró a los agentes de cobranza en la puerta con una orden de embargo y la mano extendida.
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